El embarazo está caracterizado por un incremento de los niveles de hormonas esteroideas femeninas: estradiol y progesterona, que preparan el cerebro maternal durante el embarazo para la expresión de la conducta materna tras el parto (Bridges, 1984; Numan, 2007).


Gran parte de los cambios se producen en el sistema límbico, que es el cerebro más antiguo en términos evolutivos; es nuestro cerebro más animal, el que compartimos con el resto de los mamíferos, el que alberga una sabiduría no racional pero no menos importante: la sabiduría intuitiva e instintiva, también el procesamiento y memoria a largo plazo de las emociones más viscerales o primarias (el miedo, la alegría…).

La naturaleza tiene la generosidad de regalar esta sabiduría a las madres que les permite comunicarse con sus bebés y saber qué necesitan en cada momento mejor que nadie pueda hacerlo. Pero muchas veces, el entorno se encarga de hacernos dudar de esta sabiduría, cuando somos madres parece que nos coloquen un cartel en la frente que da permiso a todo el mundo para darnos “consejos”, aunque no los pidamos.

Cerebro derecho y cerebro izquierdo. Corteza cerebral y sistema límbico.


Para entender mejor el cerebro humano y así comprender lo que explicaremos a continuación, podemos explicar el cerebro haciendo una división vertical y otra horizontal. Vamos por partes:

División vertical:

La corteza cerebral, evolutivamente es la parte del cerebro más reciente, la que alberga todo aquello que nos distingue de los demás mamíferos: la razón, la lógica, el comportamiento social, las emociones complejas (culpa, vergüenza…) etc., pero también las creencias e ideas que incluso pueden ser erróneas.

El sistema límbico es la parte del cerebro que está más cerca de la naturaleza: alberga la sabiduría instintiva (instinto sexual, instinto de supervivencia…) la intuición (concretamente situada en la amígdala), el procesamiento y memoria de las emociones viscerales (miedo, alegría…).

Entre ambos cerebros (límbico y corteza) no es que sea más importante una parte que otra, o una sabiduría más que otra, lo importante es que ambas estén en armonía, sincronía y no separadas y en contradicción.

División horizontal:

Cerebro izquierdo: es el cerebro lógico-matemático, cerebro verbal.

Cerebro derecho: emociones, creatividad, cerebro no verbal.

Los cerebros derecho e izquierdo también deben estar bien integrados, no se trata de vivir en un desierto emocional ni por el contrario que las emociones nos desborden, de lo que se trata es de buscar una coherencia entre ambos.

 “La naturaleza tiene la generosidad de regalar esta sabiduría intuitiva a las madres que les permite comunicarse con sus bebés y saber qué necesitan en cada momento mejor que nadie pueda hacerlo. Sin embargo, muchas veces el entorno se encarga de hacernos dudar de esta sabiduría”


Pensamiento dual.


Debido a la visión dicotómica y jerárquica de ver el mundo en nuestra sociedad, se le da mucho más valor a todo lo que tiene que ver con la corteza cerebral y al cerebro izquierdo, y se deja en un lugar menos privilegiado al cerebro límbico y al cerebro derecho.

Sabiduría racional por encima de la sabiduría instintiva e intuitiva, es decir, la razón (y también los sistemas de creencias) por encima de las emociones, instintos e intuición. Si las creencias son producto de razonamientos erróneos, se produce una contradicción entre ambos cerebros.

Los cerebros menos valorados (cerebro límbico y cerebro derecho), son precisamente los cruciales en la comunicación entre la madre y el bebé. De hecho, el cerebro derecho del bebé es literalmente moldeado por la madre en su relación de apego con ella, tal y como demostró el neurocientífico Allan Schore a través de estudios de neuroimagen.

Una crianza basada en un apego seguro tendrá como resultado individuos adultos seguros, con empatía, con capacidad de establecer relaciones saludables con el entorno y en definitiva con mejor salud mental.

Y qué decir del sistema límbico: cuando el bebé llora y no es atendido, no puede razonar con su corteza cerebral, no sabe esperar, el sistema límbico se pone en alerta, es su instinto de supervivencia; su eje hipotálamo-hipófiso-adrenal (HHA) se activa disparando el cortisol (hormona del estrés, del miedo), y si no se le calma llorará hasta que caiga rendido, agotado. Estas experiencias tan tempranas, si se mantienen en el tiempo, llegan a producir marcas epigenéticas en su eje HHA, es decir, se programan para adaptarse a un mundo hostil, por eso en el futuro los bebés que no han sido sostenidos tendrán un peor manejo del estrés.

Desde los estudios de Menay, se conocen las marcas epigenéticas que se producen en el eje HHA. Si la crianza no ha sido basada en un apego seguro, estas marcas acabarán predisponiendo al bebé en su etapa adulta a una mayor tendencia a enfermedades psíquicas y físicas (metabólicas y cardiovasculares), debido a los alterados niveles de glucocorticoides por las fallas producidas en el eje HHA (Gudsnuk KM, 2011; Vegiopoulos A. 2007).

Estereotipo de mujer lineal.


Vivimos en una sociedad que promueve la imagen de una mujer “superwoman”, lineal, que nunca cambia, siempre «perfecta» e inalterable. Sabemos lo mal visto que está que el paso del tiempo o las etapas de la vida como la maternidad nos cambien.

Nos hacen creer que el ideal de madre es aquella que vuelve a su trabajo en un tiempo récord, que recupera su silueta rápidamente, que sigue con su misma vida, una maternidad que pasa por el cuerpo sin «despeinarse». Muchos manuales de crianza se han escrito, y algunos son verdaderos manuales de adiestramiento para negar lo que la naturaleza tan sabiamente ha previsto: esa sabiduría de las madres y sus bebés que sale sola. Hay demasiada información que nos envenena con el miedo a que no vamos a saber hacerlo bien, como si la maternidad no fuera cosa de madres, como si fuera cosa de modas, de tendencias, de ideologías, de lo que dicen los profesionales, las revistas o la vecina.

La gran mentira del no cambio. El choque entre lo cultural y lo instintivo.


La maternidad estéril, que no nos cambia, es una gran mentira que nos hace mucho daño, porque pone en contradicción una parte de nuestro cerebro con la otra, es la corteza cerebral con sus falsas creencias de «no-cambio» contradiciendo al sistema límbico que ha cambiado muchísimo para que la madre se vuelque en la crianza del bebé.

Aquí es donde se produce aquello que muchos llaman la separación cuerpo-mente. Porque el sistema límbico cuando detecta estas contradicciones, no se queda «callado», sino que envía información al resto del cuerpo a través del sistema nervioso autónomo sin contar con el «permiso» de la corteza, es decir, lo que sucede en esta contradicción es que la mente con sus falsas creencias va por un lado y el sistema límbico se rebela, y como acabamos de decir, esto se manifiesta en el cuerpo a través del sistema nervioso autónomo. Al final, «el cuerpo nunca miente» como decía Alice Miller.

Hoy sabemos que la depresión postparto es una enfermedad cultural. Y es lógico, en culturas que niegan la sabiduría intuitiva y las verdaderas necesidades del bebé y de la madre, se produce esta incoherencia entre lo cultural y lo instintivo. Y es que si hay algo que define a la maternidad es un cambio brutal en la vida, en el cuerpo y en la mente de las mujeres, pero estamos sobrecargadas con información que nos lleva al miedo: miedo a no saber, miedo al cambio, miedo a no reconocernos frente al espejo, a que el bebé nos demande demasiado, a la pérdida de nuestra identidad, a perder nuestra «valía» como mujer (pongo valía entre comillas, pues me refiero a aquella valía que se construye en una sociedad consumista y que se mide en términos meramente productivos y utilitarios). Miedo, miedo y más miedo.

Nos llegan a decir cosas como “déjale llorar, que se acostumbre a que no puede salirse siempre con la suya”, pero esto es contradecir a la misma naturaleza humana, pues en cuanto el bebé llora, la madre lo escucha aunque esté en la otra punta de la casa y nadie se haya percatado, los cerebros límbicos de ambos (madre y bebé) se ponen en marcha, el bebé demanda a su madre y el impulso de ella es consolarlo; es la propia naturaleza, el instinto de supervivencia del bebé junto al instinto de cuidado de la madre, todo está perfectamente orquestado para que ambos se comuniquen desde lo no racional: emociones, instinto e intuición.

Cambios a nivel neuroendocrino.


En los días previos al parto se produce en la madre una caída rápida de los niveles de progesterona. Este cambio en el balance de estradiol y progesterona produce, por un lado, un aumento de la prolactina en las 24-48 horas previas al parto y por otro lado, inicia la liberación de oxitocina a nivel central (en el cerebro).

La oxitocina y la prolactina son neurohormonas, es decir, que además de su comportamiento como hormonas también actúan como neurotransmisores en el cerebro. Como hormonas actúan en el parto (la oxitocina produce contracciones), y en la lactancia (producción y eyección de leche -prolactina y oxitocina, respectivamente-).

En cuanto a sus funciones como neurotransmisores en el cerebro, ayudan al mantenimiento de la conducta, la responsividad y la motivación materna, también reducen el estrés a través de la reducción de la actividad del eje HHA, disminuyendo el cortisol (la hormona del estrés). Tras el parto, en un parto normal, se producen unos niveles elevadísimos de oxitocina en el cerebro del bebé y la madre, muy importante para el establecimiento del vínculo entre ambos, además, en el bebé, los elevados niveles de oxitocina en el cerebro inducen cambios neuroanatómicos muy importantes para su salud futura.

Durante la lactancia materna permanecen elevadas oxitocina y prolactina, por ello, la lactancia materna disminuye el riesgo de depresión postparto, debido al efecto ansiolítico que tienen oxitocina y prolactina.

 

Conclusiones.


En resumen, las dos emociones básicas de las que derivan todas las demás son el amor y el miedo. El amor se relaciona a nivel neuroendocrino con la oxitocina, y el miedo con el cortisol. Por supuesto que el miedo es una reacción saludable y adaptativa, pues si hay un peligro que amenaza nuestra vida, gracias al miedo podemos huir y ponernos a salvo, por ejemplo, si viene un león, gracias al miedo pondré en marcha todos los mecanismos de alarma en mi cuerpo y podré salvarme; en este caso hay coherencia entre sistema límbico y corteza cerebral, todo el cerebro trabaja unido.

El problema del miedo es cuando se dispara en situaciones en las que no hay una verdadera amenaza para la supervivencia, en estos casos, el miedo nos bloquea. Generalmente este miedo viene de experiencias tempranas que no fueron bien integradas en nuestro cerebro, creencias erróneas que se nos inculca desde que nacemos, etc. En definitiva, este miedo no adaptativo viene de la incoherencia entre una parte del cerebro y otra. Lo que sí está claro es que cuando nos acercamos a lo que la naturaleza tiene previsto la tendencia será hacia la oxitocina, cuando negamos la naturaleza (con toda la sabiduría instintiva e intuitiva) la tendencia será hacia el cortisol, hacia ese miedo que no nos pone a salvo de un peligro, sino que es fruto de la incoherencia.

Un parto donde se respeta el ritmo del mismo, donde la mujer se siente segura y sostenida emocionalmente, donde alejemos el miedo, y por tanto impedimos que el cortisol interfiera en el proceso, donde además respetamos el vínculo madre-bebé, y animamos a la madre a que tenga confianza en sí misma, porque va a saber hacerlo muy bien ya que nadie sabrá cuidar de su bebé mejor que ella, todo esto sienta las bases para el inicio de una maternidad en la que se garantiza un mayor bienestar físico y mental para la madre y su bebé.

Incluso cuando el parto no ha sido precisamente el parto soñado o cuando ha habido algún problema, siempre podemos reparar, claro que sí, nunca es tarde, pero la única forma será desde el vínculo, desde la oxitocina, desde el amor: el piel con piel, dar el pecho, cuidar a la madre y ayudarla para que se sienta segura… pueden ser antídotos muy eficaces para aliviar las secuelas emocionales de un parto traumático o de cualquier otro problema que se haya derivado del embarazo, parto o lactancia. Aunque lo ideal es dar el pecho, si no se da, a través de las caricias también se eleva la oxitocina, la maravillosa hormona del vínculo y del amor.

Una vez más: el amor nos cura, el miedo nos enferma.
Cuidemos a las madres si queremos una sociedad futura mejor.

 

Dra. Miriam Al Adib Mendiri.

Licenciada en Medicina y Cirugía por la Universidad de Extremadura.

Especialista en Ginecología y Obstetricia.

Colegiada Nº 06/5634


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