Las emociones simples son aquellas emociones más básicas (la alegría, el miedo, la ira…) que se procesan en el cerebro límbico, que es ese cerebro evolutivamente más antiguo que compartimos con el resto de los mamíferos.

En cambio, las emociones complejas son una mezcla de emociones y en ellas interviene la corteza cerebral, por ejemplo vergüenza, celos, culpa… son emociones complejas.

La culpa es una emoción compleja, es una sensación disfórica (esto es una mezcla de tristeza, ansiedad, irritabilidad y/o inquietud) que se siente al romper las reglas culturales (religiosas, politicas, familiares, de grupo, etc), por tanto, es una emoción exclusiva de los humanos. Incluso puede sentirse aunque dicha ruptura con las reglas no sea voluntaria, como sucede en los casos en los que una víctima se siente culpable en lugar de víctima, o también cuando la persona no tiene ninguna responsabilidad en lo sucedido, como por ejemplo sentirse culpable por la muerte accidental de una persona. Esto se debe a que la culpa puede tener unas raíces muy profundas, desconocidas de forma consciente, por la educación recibida, el entorno, vivencias de la infancia… Muchas veces no es fácil saber el porqué de este sentimiento que puede arrastrar a la persona a la más absoluta autodesvalorización y pérdida de autoestima.

Cuando realmente hacemos un daño, la culpa puede llevarnos a rectificar y subsanar el error, y entonces dejamos de sentirnos culpables. Pero no siempre sucede esto. Realmente lo ideal sería que en lugar de culpables, nos sintiéramos responsables, lo cual nos permitiría asumir los errores para subsanarlos sin llegar a desvalorizarnos ni degradarnos como personas.

En ocasiones puede ser un sentimiento muy autodestructivo que impide avanzar o salir de una situación muy injusta. Es demoledor como se refleja de forma extrema la culpa en estas frases que podemos oírles a víctimas de malos tratos, violaciones, prostitución forzada, etc: «me sentía una escoria», «sentía ser lo peor del mundo, como si fuera basura», «no merezco haber nacido…». En estos casos extremos, es más fácil que se perpetúe la violencia del agresor, pues la víctima entra en una espiral que se suele empezar a partir de una baja autoestima: a mayor degradación más sentimiento de culpa por no ser capaz de salir de esa espiral, y por tanto mayor la vulnerabilidad para perpetuarse la violencia. Es como un bucle en el que «más maltrato más culpa peor autoconcepto».

 En el otro extremo están las personas que proyectan su responsabilidad en otros, trasladando su sentimiento de culpa a los demás como mecanismo de defensa, prefieren convencerse de ser víctimas que responsables de sus actos «fumo por tu culpa, si no me dieras disgustos no fumaría».

 

LAS CULPAS DE LAS MADRES

En la sociedad actual, la maternidad está cargada de culpas por todo. Porque nunca somos suficientemente perfectas como madres, siempre estamos expuestas a que se nos juzgue por todo lo que hacemos: si das el pecho, si no lo das, si pariste así, si pariste asao, si estás triste y no deberías estarlo, si le pasa algo al bebé porque crees que podías haberlo evitado, si dejas tu profesión, si no la dejas, si concilias o no concilias, si tu otro hijo tiene celos, si, si…

Es un tropezar con la culpa cada dos por tres, con la eterna pregunta ¿estaré haciéndolo bien? porque apenas hay espacios en los que la maternidad pueda ensimismarse y recrearse en sí misma, donde se fomente el vínculo, deje de existir esa falta de tiempo y se saboree cada minuto dejándote llevar por el instinto y la intuición sin esos miedos y esas culpas, donde haya un entorno que te apoye de verdad, desde el corazón, desde la calma, desde el «si necesitas algo aquí estoy». Lo habitual en este mundo de las prisas y las apariencias no es apoyar a la reciente madre, sino llevarle un regalo para cumplir, bombardearle de consejos que ni ella misma pide, quedarse hasta las tantas de visita, brindarse para ayudar a la inversa: en lugar de ayudar a la madre para que pueda estar más tiempo y mejor con su bebé se le dice «déjame al bebé y así tú descansas».

Nunca eres lo suficiente buena madre, ni lo suficiente buena profesional, ni lo suficiente buena pareja, ni lo suficiente nada… Es muy difícil conciliar, se hace difícil integrarlo todo, cada vez más mujeres afrontan la maternidad muy solas o acompañadas de mucha incomprensión. Momentos de sombras y sentimientos ambivalentes, porque en definitiva nos sentimos culpables.

 LAS CULPAS DE LAS QUE DESEAN SER MADRES Y NO LLEGA EL BEBÉ ESPERADO

Muchas mujeres que desean ser madres y no lo consiguen también pueden llegar a sentirse culpables. Culpables por no ser capaces de lograr ese deseadísimo embarazo:

-por cada embarazo perdido después comenzar con aquella alegría un test positivo,

-por cada manchita de sangre, por cada regla que viene, por cada amenaza de aborto,

-cada vez que la vecina le pregunta ¿para cuándo vas a animarte a tener a un bebé? o cada vez que su otro hijo le recuerda que quiere un hermanito,

-por no haberlo intentado más joven,

-por cada folículo que no sirvió de nada a pesar de aquella dolorosa estimulación ovárica,

-por dejarse tanto esfuerzo y sacrificio en cada fecundación in vitro sin conseguir resultado, por gastarse los ahorros en reproducción asistida,

-por ver sufrir a sus parejas, por no ser capaces de darles ese hijo,

-por esa sensación de que algo falla en su cuerpo femenino, por ese mioma, por ese quiste, por tantas pruebas médicas sufridas, por esa operación que resultó tan traumática.

¿Y QUÉ HACEMOS CON LA CULPA?

Toda emoción surge por algo, nadie es culpable de sentir, por muy negativa que sea la emoción, en todo caso se puede ser culpable por hacer, pero nunca por sentir, me explico con un ejemplo: si tengo ira, no tengo culpa de sentirla, si la siento es por algo, habrá que buscar el porqué y el para qué de esa ira, nombrarla, hacerla consciente para poder integrarla y trascender a ello, ahora bien, si por esa emoción le pego una paliza a alguien, esto ya es otra cosa, aquí ya sí hay una responsabilidad por mis actos. Una cosa es sentir y otra qué haces con lo que sientes.

Las emociones tienen varias funciones:

-Adaptativa: para adaptarnos al entorno (ejemplo: veo un león, entonces siento miedo, ese miedo me hace huir y ponerme a salvo),

-Comunicativa: para comunicarnos (con el entorno o con nosotros/as mismos/as, ya que nos dan valiosa información para conocernos),

-Motivacional (potenciando y dirigiendo conductas).

Dada la complejidad de la culpa, a veces es muy difícil nombrarla y entender de dónde viene. Por eso no es cuestión de intentar eliminarla reprimiéndola, esto no soluciona nada, no desaparece, más bien sería necesario ese diálogo interior ¿porqué y para qué me siento así? ¿de donde viene este sentimiento? ¿realmente soy responsable de lo sucedido? ¿puedo hacer algo para solucionarlo en lugar de desvalorizarme?

 ¿PARA QUÉ?

Siempre que buscamos el «para qué» podemos aprender algo de nosotros/as mismos/as, perdonarnos y responsabilizarnos, para tomar las riendas de nuestra vida y evitar la pérdida de autoestima.

Cuando una persona verdaderamente consigue amarse a sí misma, sabe aceptarse, y sentir la culpa puede ser una oportunidad para aprender sobre uno/a mismo/a para así llegar a:

-perdonarse los errores y aceptarse, con sus imperfecciones,

-responsabilizarse y tomar las riendas de su vida,

-soltar lo que no es propio: aquellas culpas heredadas por una educación demasiado rígida o una infancia en la que se transmitió ciertos estigmas o dramas en los que el niño se sintió culpable,

-aceptar (que no resignarse) e integrar aquello que no pueda ser cambiado sin sentirse mal por ello,

-subsanar el error (en los casos en los que se ha cometido un error), o para evitar perpetuarlo,

-aprender que se puede vivir con paz interior cuando rompe con el bucle culpa desvalorización

-evitar convertirse en víctima cortando de raíz perpetuar una situación injusta.

 

LAS CULPAS EN EL VÍNCULO MADRE-BEBÉ

Hay madres que tienen problemas para vincularse con sus bebés recién nacidos, y se sienten tremendamente culpables por ello. Comienza con una sensación de tristeza profunda que acaba convirtiéndose en culpa por pensar que debería estar contenta y sin embargo parece que no quisiera a su bebé.

Sin embargo, estos sentimientos son muy frecuentes pero son poco nombrados, ya que la culpa se mezcla con la vergüenza, nadie se atreve a expresar algo tan mal visto socialmente como «parece que no quiero a mi bebé». Sin embargo, como ya hemos dicho antes, nadie tiene ninguna culpa por sentir, cuando sentimos siempre es por algo.

Las madres que sienten tristeza hasta el punto de sentirse culpables por no poder vincularse con sus bebés, es necesario que sepan que debajo de esta dificultad en el vínculo hay un miedo intenso, muchas veces no consciente, y sucede sobretodo:

-tras partos muy traumáticos, muy complicados o muy medicalizados,

-tras cesáreas, especialmente si hubo mucho miedo, como sucede sobre todo en cesáreas urgentes,

-tras partos o cesáreas en los que se separan madre-bebé,

-tras embarazos vividos con mucho miedo por algún problema de salud en la madre o en el bebé, o por miedo intenso de que le pase algo al bebé o a ellas mismas,

-por embarazos previos en los que hubo un parto muy traumático,

-tras embarazos que llegaron antes de elaborarse el duelo de una anterior pérdida,

-cuando se produce un choque fuerte entre las expectativas de lo que es tener un bebé y lo que luego realmente es, etc.

Con el tiempo, amor, paciencia y mucho piel con piel se restablecerá este vínculo. En el post «La maternidad alienada: entre lo cultural y lo instintivo» analicé en más profundidad este choque frontal entre lo instintivo y lo cultural, que a muchas madres lleva a a vivir la maternidad con miedo y culpa.

  

LA CULPA EN EL DUELO GESTACIONAL

Hay mujeres que pierden a ese bebé que esperaban. Cuando se les dice que el corazón ha dejado de latir, o que lo van a perder, comienzan un duro proceso de duelo, donde a veces se instala la culpa, ¿podría haberlo evitado? ¿y si hubiera ido al hospital antes? ¿mi cuerpo no funciona bien? ¿será que no me cuidé lo suficiente? y es que el sentimiento de culpa por desgracia se da con frecuencia cuando lo sucedido fue algo accidental o inevitable.

De la misma manera que un parto excesivamente medicalizado o un entorno social que no apoya a la madre puede generar dificultad en el vínculo y culpa, un duelo excesivamente medicalizado o un entorno que no respeta el dolor de la madre también puede complicarse con la culpa impidiéndose su adecuada elaboración.

Se ha podido comprobar los beneficios del tratamiento expectante para la elaboración del duelo, consiste en no hacer ninguna intervención y esperar, evitando forzar el proceso con medicamentos como la oxitocina o prostaglandinas, y evitando vivir el proceso con irrealidad como sucede al tomar ansiolíticos.¡Ojo! el tratamiento expectante, solamente es válido para las mujeres que lo deciden hacer así de forma libre, informada y consciente, por supuesto no es válido si son obligadas a asumir este tipo de tratamiento, y sobra decir que no siempre es posible hacerlo, como sucede en algunos casos en los que existen ciertos riesgos que no queda más remedio que intervenir para evitar complicaciones. Tampoco significa que si se elige un tratamiento expectante no se pueda cambiar de opinión después y pasar a algún otro tratamiento para acelerar el proceso, hay quienes necesitan un tiempo y después una vez se hacen a la idea optan por algún otro tratamiento (sea médico o quirúrgico), siempre que todo se haga de forma consciente e informada es válido. (Para más información: guía «Atención profesional a la pérdida y el duelo durante la maternidad»).

Algunas embarazadas tras perder a su esperado bebé una vez informadas de las opciones, después del shok inicial, han decidido esperar, darse un tiempo para resituarse, empezando un tiempo después  (muy variable) de forma espontánea las contracciones para la apertura del cervix, y lo han vivido de forma consciente, sin forzar nada, en un entorno emocionalmente apoyadas, en el que se han despedido de ese bebé que esperaban sin prisas, he podido darme cuenta hasta qué punto el cuerpo sabe prepararse para atravesar el duro proceso de duelo, y es que cuando el entorno valida las emociones de la madre, la apoya y no se fuerza nada, estamos permitiendo la secreción natural de las neurohormonas que se liberan durante la dilatación (oxitocina, prolactina, endorfinas…), y así justo después de terminar la expulsión, dichas neurohormonas bañan el cerebro de la mujer, produciendo un cierto bienestar, fortaleza, calma, tranquilidad, y a veces cierta euforia.

El duelo gestacional es un proceso que dura un tiempo (muy variable de una mujer a otra), y tengamos en cuenta que es un duelo socialmente negado, es obvio que esto dificulta la adecuada elaboración, por eso vivir la pérdida de esta forma más pausada, al ritmo que marque la mujer, en un entorno respetuoso, permitiéndose sentir, que atraviesen las emociones,  que el cuerpo haga su trabajo sin forzarlo, sin ansiolíticos que hacen vivirlo con irrealidad y despedirse del bebé que se esperaba, aunque todo pueda parecer en un principio más doloroso, nada más lejos, al cuerpo se le permite prepararse mucho mejor para afrontar la pérdida, y esa culpa de la que hablábamos antes que puede complicar el duelo se disipa.

Un duelo bien elaborado, es lo ideal para evitar futuros traumas y afrontar un siguiente embarazo con mucha más tranquilidad y con menos miedo, el duelo puede llegar a ser una experiencia transformadora de la que hay mucho que podemos aprender y crecer a nivel personal.

Creo que nada se puede soltar si no se ha padecido plenamente, en palabras de Marcel Proust: sólo sanamos un dolor cuando lo padecemos plenamente.